UN TRIBUTO A LOS ARTISTAS DEL LENGUAJE

Oda por la muerte de mi cabello negro

Anoche, bajo un sol abrasador, caminé por primera vez hacia hacia la oscuridad del atardecer.

El calor era insólito para tratarse de los primeros días del mes de marzo en Valencia. Me adentré en la fresca y gris tarde. En manga corta y con el pantalón arromangado me senté bajo el porche a meditar sobre por qué había tardado tanto en compartir con amigos y ajenos mi imagen actual. Desde hacía tiempo una poderosa fuerza me estaba exigiendo el cambio, necesitaba cumplir con ella para sentir que vivía en coherencia conmigo, pero me horrorizaba impulsarme al vacío que inevitablemente vendría después.

Porque un día, no hace nada, mis manos eran increíblemente fuertes y mis mejillas, sonrosadas.

Un d´´ia mi piel fue firme, tersa; mis movimientos, decididos y los andares, orgullosos. Mi cuello espigado no necesitaba de joyas ni camelos.

Mis senos blancos fueron irreductibles ayer, una mujer que se sabe bella entonces, agradecida por las curvas recibidas, por sus ojos castaños bien rasgados.

Hoy en cambio mis dientes han sucumbido al inexorable pasar del tiempo.

Mis piernas, aunque torneadas, no fueron nunca delicada creación de Miguel Angel, por el contrario eran fuertes, robustas columnas donde apoyar el peso de los acontecimientos importantes. ¿Para qué más iban a servir los hombros? No es extraño que los ancianos inclinen sus espaldas hacia el suelo en un gesto de profunda humildad. El correr del tiempo me ha dado dos potentes extremidades de jamelgo percherón.

Ayer actualicé por fin mi foto de perfil. Dos años atrás decidí asumir la dignidad de mi brillante cabello blanco. Me cansé de combatirlos. Irrumpía por todas partes la luz de esos rebeldes penachos blancos. Fue el primer paso hacia la humildad definitiva. Primera derrota. Primer paso en el camino del que poco a poco se desangra y se sabe mortalmente vencido. Me rebelo ante la pérdida. Sin duda rechazo la fragilidad física que avanza lentamente y se instala sobre los cuerpos, pero observo el contorno de esa mujer en la que me he convertido y la siento más mujer, más hábil, más sabia y más amada y a mi amor, más bello. Y más gris, más humilde y más amado. Exactamente igual que yo.


Tengo claro qué es lo que debo hacer a lo largo de todo el tiempo libre del que disponga, escribir, escribir, escribir. Llegué incluso a soñarlo, un anciano sabio de túnica blanca y melenas me decía: "no leas, solo escribe, sin parar, hasta que consigas fluir sin pensarlo". Solo de esa forma llega un momento en que la historia sale sin dificultades. Lo que tú eres fluye sin censura. Y lo que escribes es verdad, independientemente de las consecuencias que eso te reporte. Sé que años atrás lo hacía -benditos años por lo que conseguía hacer con las letras- así que puedo decir que ese proceso existe, que no es una fantasía generalizada en el mundo de la narrativa. Y que el gran objetivo de cualquier aspirante a escritor debe ser lograrlo. La inspiración debe encontrarnos trabajando. Ese es el lema. Pero hay que ver cuánto cuesta seguir aportando palabras cuando uno aun no está inspirado. Cualquier pensamiento se cruza y nos incita a desistir. Ahí es donde la constancia alcanza su premio. Sigue, Paloma, me digo, el proceso ya lo conoces y cuesta. Un día lo tuviste fácil, pero lo dejaste. Y quiero creer que las circunstancias de la vida me obligaron sin remedio a abandonarlo. Hoy parto otra vez de cero. En realidad hace un año que ronda en mi interior este proceso, justo un año que puse en marcha esta página, sin una finalidad concreta. Al parecer, la inquietud principal: dar rienda suelta a la imaginación y teclear. Transmitir. Escuchar cómo suenan las teclas impulsadas por los dedos. Todo un placer, una experiencia difícil de transmitir a través solo de las palabras. Para entenderlo hacen falta también otros sentidos, pero como mínimo el del tacto y el oído. ¿Alguna otra inquietud?. Es posible, quizás la voluntad de enfrentarme por fin a un público y hacerlo poco a poco, una cantidad controlada de lectores. De ahí que no me preocupe tener más o menos seguidores. ¿Cobardía?, qué duda cabe, la misma que me hizo abandonar cuando una agencia me pidió que le enviara más páginas de una novela incipiente. Y la misma que me razona al oído obscenidades del tipo: "¿para que vas a participar si los concursos literarios están amañados de antemano?"; o "en caso de que no estén, dos premios son muy pocas probabilidades de éxito". El miedo tiene modos insospechados de paralizarte. Pero el primer paso para afrontarlo es descubrirlo. Y tengo la impresión de que por fin camino pasito a paso hacia el vacío, inclinando el cuerpo hacia adelante, dejándome llevar y suspirando en lo más íntimo para no romperme la crisma en la caída.


No sé si fue la escritora Isabel Allende quien puso en mi camino una reflexión interesante, cuando animaba a los futuros escritores a seguir trabajando: escribir, escribir aunque solo sea una página diaria, escribir sin descanso y sobre cualquier cosa porque al cabo de un año tendrán 360 páginas y eso ya puede ser una novela. ¡Qué verdad tan simple!. Hay que escribir, empezar, cualquier tema sirve. Y no corregir. Escribir de corrido sin permitir que la conciencia vuelva sobre ello para rectificarlo. Una vez terminado, editaremos. Seguro que encontraremos dónde ampliar y podremos centrar el objetivo, pero lo importante al narrar es hacerlo sin detenerse, porque de ese proceso donde no interviene la consciencia se extrae lo más auténtico. Debemos dejar que los sentimientos fluyan sin censor. Hoy hace un día bonito, más bien fresco y un poco nublado y me he descubierto un tanto pensativa. No sé a qué se debe, ni por qué extraño motivo me siento impulsada a meditar. Tengo la sensación de que las musas merodean por mis estancias y me acompañan mientras plancho. Salen conmigo a tender. Recorren mi casa cuando busco entre los armarios perchas libres para la ropa. Creo que son ellas las que por primera vez me empujan a dar rienda suelta a pulsiones que se movilizan dentro de mí. Jamás había sentido algo así. Normalmente, qué duda cabe, soy yo quien invoca a la inspiración situándome en una especie de estado de trance que provoco mediante determinada música.  Pero esta mañana algo en el ambiente me impulsa a expresarme. Quiero ser una mujer fuerte y valiente. Quizás lo sea. Pero no lo reconozco en mí porque no he tenido la osadía de echar a vivir el objetivo de mi vida: acabar una novela y comprobar si puedo o no dedicarme fervientemente a ello. Entretanto, he pasado la vida como comercial, periodista, psicóloga, costurera, profesora, estudiante, limpiadora, lavandera, mensajera, diplomática, jardinera  (todos estos últimos oficios, los que conlleva dedicarse a una casa y un hogar). Ser ama de casa es la profesión más variada de todas las conocidas, la que más atención reclama y por el contrario, la menos estimada. Entre mis atribuciones, como he dicho, todas. ¿La valía esperable?, la superior. Es un oficio exigente, con un antiguo dicho que lo convierte en una profesión más sacrificada aun: "entre el día y la noche no hay pared", es decir, que no pasa nada si una mujer no logra acabar sus tareas en una jornada: puede seguir después de la cena y continuar a lo largo de la noche. No estoy de acuerdo con el dicho. Sin embargo hoy tras mis tareas me quedan libres 40 minutos escasos para regocijarme en el noble arte de escribir. Quizás esta tarde pueda sacar algunos minutos más, pero de esos que no contribuyen demasiado porque habré interrumpido el hilo directo que estoy estableciendo ahora entre las musas y mi corazón y que se expresa a través de mis manos sobre el teclado. Por suerte, aunque poco tiempo, he escrito como mandan los cánones, de sopetón, sin injerencias de la conciencia o el corrector automático. A la vuelta dejaré que mi mente intervenga y ponga orden en este destello de esperanza que trato de sembrar en mi única dirección válida, la de comprobar si estoy hecha de fibra sensible, talento, valor, fuerza y suficiente constancia. 

                                                                                                              Paloma Ribes


Hoy, Día del Bibliotecario

Nos produce una tremenda satisfacción mostrar la magnífica biblioteca del Parador de Corias


Con motivo del Día del Bibliotecario, nos produce una gran satisfacción mostrar una imagen de esta biblioteca, que por su belleza es una de las que más impacto me han producido a lo largo del tiempo. Pertenece al Monasterio de Corias, en Cangas del Narcea, actualmente Parador Nacional de Turismo, ubicado en el Parque Natural de Las Fuentes del Narcea y de Ibias.


Ayer mi mente me hizo un regalo, me abrió los ojos a una verdad que desconocía de mí misma: durante años he estado paralizada por el miedo a fracasar como novelista. Durante años he preferido permanecer en la posibilidad (del tipo "si lo presentara podría ganar porque tengo talento") antes que acogerme a la certeza, porque de elegir esta opción, me arriesgaba también a descubrir que igual mis historias eran infumables y más valía que me dedicara a otra cosa en la vida. Tanto me he aferrado a ese deseo, tantas energías he volcado en intentar dedicarme a escribir, que el fracaso significaría el derrumbe de mi personalidad entera, razón por la que me ha resultado menos doloroso permanecer en la inmovilidad literaria y dejar que se arruinara un posible don. He descubierto el tiempo que he perdido a merced de esta o aquella excusa para no seguir escribiendo. De la inspiración con la que narraba entonces ahora no queda nada y cada idea brota hoy del esfuerzo más intenso por encontrar la palabra, el sinónimo o el ritmo... Haberme percatado del mecanismo mental que estaba utilizando es ya en sí un indiscutible paso adelante. Prometo que daré también el siguiente, aunque flaquee, porque permanecer en la incertidumbre es cómodo, ya se sabe, "más vale malo conocido..." pero con ello también abandono toda posibilidad de dedicarme a mi pasión. Y, en cualquier caso, es abrumadoramente extenuante.

                                                                            Paloma Ribes

Levantarse es una obligación

No sé muy bien qué hice con el don que me legó mi madre. Dice que ella también escribía, que narraba historias por los rincones, como yo. Lo cierto es que es hermética en lo que se refiere a su juventud y solo cuando quise dedicarme a escribir soltó aquello de que ella también lo había hecho. A escribir empecé cuando era una niña muy pequeña. Pero mis recuerdos me llevan a imaginarme escritora cuando era tan pequeña que ni siquiera sabía leer. Escribir más en serio vino después, cuando era una adolescente de catorce o quince años. Y la forma siempre era epistolar. Mi tío, veterano periodista de Heraldo de Aragón, encontró en mí un talento sorprendente para hacerlo, así que me propuso escribirle a menudo; él corregiría para enseñarme. Yo tan solo debía tratar de seguir sus instrucciones. Y escribir. Sobre cualquier cosa. Escribir siempre. Sin parar. De modo que me acostumbré a escribir con destinatario. y eso, imaginar que siempre había alguien detrás de la hoja en blanco era absolutamente reconfortante. El hecho es que seguí haciéndolo sin percibir, sobre todo cuando el destinatario era real, que estaba siendo demasiado exigente para permitirme escribir con verdad. Pasados los años siento que ese ha sido mi grandísimo error: los reconocimientos me satisficieron tanto que no comprendí la fragilidad de ese camino: como periodista escribía con facilidad. Ese modo superficial de relatar era enormemente sencillo para mí. Tenía un don. Y cuando las enseñanzas de mi tío terminaron, demasiado pronto porque un cáncer se lo llevó cuando todavía era un hombre muy joven, nadie me advirtió, de modo que quedé huérfana de narrativa auténtica. Han pasado muchos años, tiempo de desierto creativo orientado al deporte, lustros sin narrar una sola idea. Hoy el don no existe ya y escribir es un esfuerzo tan intenso que la dificultad me retuerce el ánimo. Pero me parece haber descubierto el quid de mi pasión: he sido cobarde  y quizás conformista, ahora lo sé. "Caerse está permitido -reza un comentario en el perfil de una amiga- pero levantarse es una obligación". Saber dónde tropecé me obliga a echar el tiempo atrás y volver a intentarlo. Hoy no quiero hacer honor a nadie ni alcanzar la excelencia, no quiero guardarme ni protegerme de los demás; mi único deseo es disfrutar escribiendo y realizar virtuosismo con pedacitos de autenticidad que fluyen hacia el exterior, hacia los demás, a través de los dedos de mi mano derecha, la que dicen es una vía de escape para las emociones que hierven en lo más recóndito e íntimo del corazón humano.

José María Doñate, en su despacho de Subdirector Adjunto del diario Heraldo de Aragón.

Mi padre intelectual, primera persona que apostó por mis posibilidades como redactora. 

Murió joven y demasiado pronto. En Zaragoza, donde vivía, dejó grandes amigos y una larga hemeroteca con su nombre. Parte de su biblioteca fue donada a diferentes entes de la ciudad.


Son muchos los intereses que he tenido en esta vida, pasando por el periodismo (estudios que oficialmente he cursado y profesión a la que poco me dediqué) , he sentido pasión por la literatura y por la danza y me he atrevido con el yoga y el ciclismo. De intereses muchos y variados, apasionada por unos pocos, especialista en algunos menos y de talento quizás en uno solo. Me dijeron una vez que los aspirantes a escritores podían llegar a ser buenos en muchas cosas, pero magníficos en casi nada. Me aferro a esa imagen para comprender y aceptar mi humilde existencia. 

                                                                    Paloma Ribes

© 2020 ¡¡VIVE!! ... P. Ribes. Foto fondo: Garmin Titan Desert. Todos los derechos reservados.
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar